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Cecilia Ruiz

Nació en la ciudad de Buenos Aires. En el año 2002 migró a Barcelona. Se formó y desempeñó profesionalmente en el área de sistemas de información. Su evolución personal le llevó a cambiar el rumbo profesional hacia el acompañamiento psicoterapéutico y más tarde a adentrarse en el mundo de la pintura.

 

Tanto su obra como su vida están marcadas por una búsqueda incesante. De hecho, la pintura se ha convertido para ella en una herramienta con la que indagar dentro de sí, para a través de su propia experiencia revelar aspectos que atañen a todo ser humano. Su obra habla por tanto de ese conglomerado emocional, rico y complejo del que estamos todos conformados.

 

Esta indagación permanente, que requiere de una indudable honestidad y valentía, alumbra nuevos caminos o posibilidades artísticas. Posibilidades que le llevan a incorporar hallazgos plásticos que enriquecen su discurso artístico trascendiendo los ejercicios meramente academicistas. De hecho, a pesar de su corta trayectoria, desde el comienzo comprendió que la creación era una herramienta de exploración y búsqueda de la verdad. Su reto, nada fácil, ha consistido en aprender los rudimentos de la creación de imágenes a medida que se le revelaban en la experiencia de pintar y eran inmediatamente incorporados a su repertorio pictórico.

 

Desde un punto de vista formal, podemos destacar su preferencia por los grandes formatos, poblados de formas abstractas marcadamente rotundas. Esta elección, propicia el diálogo de igual a igual con las formas. Formas que si bien son grandes, nunca resultan amenazantes pero siempre se presentan firmes y abiertas a establecer un diálogo franco con el espectador. En ocasiones convirtiéndose en objetos que puede instalar en el espacio y proponen un diálogo con el cuerpo del espectador.

La presencia del cuerpo es alta. De hecho, aunque el nivel de abstracción de las obras es elevado, en muchos de ellos encontramos alusiones veladas a lo corporal. Hay una reivindicación de la corporalidad, una reconciliación con nuestra cualidad carnal como vía de crecimiento personal. Estas formas-cuerpo de alto contenido simbólico, se muestran segmentadas de la totalidad y ampliadas, como una manera de poner el foco en ellas. Además poseen un nivel de rotundidad y verosimilitud que resulta no solo sorprendente sino incluso paradójico: ¿cómo puede una forma imaginada resultar tan plausible? Esto no resulta en absoluto fácil  de representar e implica un dominio destacable de la composición y el claroscuro.

En síntesis, cada cuadro de Cecilia deviene una instantánea de un proceso interno invisible. La pintura funciona como un revelado, como un positivado de ese flujo interno que siendo invisible nos conforma y determina.

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